lunes, 6 de septiembre de 2010

La herencia que deshereda

Mucho me he cuestionado sobre las desafortunadas herencias familiares y digo desafortunadas porque a pesar de que en su momento pueden convertirse en un alivio económico o emocional para muchos de sus integrantes, es también el punto de partida de absurdas discusiones y separaciones de por vida.

Y es que definitivamente el dinero y las cosas materiales dañan lo que sea, incluso la estabilidad de una familia como la de mi madre que vivió las consecuencias hace un par de años con la muerte de la abuela. Desde ese entonces e incluso me atrevería a decir que desde mucho antes (porque así me lo ha contado mi madre) se vaticinaba un desenlace cargado de ambición, mentira, odio y desprecio.

Un desenlace que hoy se traduce en la imagen de una familia resquebrajada, con aires de reconciliación por un lado y por el otro de envidia y resistencia a reconocer sus errores; una familia que no tiene historia o que más bien, la tiene dividida en dos bandos: los que se apoderaron de todo y los que de todo desapoderaron. En este último se encontraba mi madre y una tía.

Me resulta difícil creerlo, pero esa ha sido la dinámica de muchas herencias familiares aquí y en todo el mundo, una realidad que me ha tocado vivir desde muy pequeño cuando empecé a verme sólo, jugando con mi hermana porque nuestros primos contemporáneos estaban en otro capítulo de la historia, en otro mundo que no era el nuestro porque los intereses no eran los mismos.

Pasaron los años; dejamos de ser niños, fuimos adolescentes, llegó la juventud y aunque seguimos estando solos, hoy otro capítulo se está escribiendo y aunque el tiempo se ha encargado de cimentar una enorme barrera, los sentimientos han ido floreciendo con calma, porque no es nada fácil entender de la noche a la mañana que esas personas que poca trascendencia tuvieron en nuestras vidas, hoy son nuestros familiares: primos, tíos y sobrinos-nietos.

Me sigue y me seguirá pareciendo injusto que a una vida tan corta y tan cargada de complicaciones que nosotros mismos inventamos, le sumemos un elemento más con este cuento de las herencias familiares, que finalmente y como titulo este artículo, deshereda a sus integrantes por completo de esas pequeñas y grandes cosas que sólo se viven y se comparten en familia.

Es injusto además que por falta de diálogo, por falta de inteligencia se sacrifique no sólo el honor y el legado de unos abuelos que dieron todo por sus hijos y nietos, sino una historia familiar digna de unos célebres capítulos en los cuales el dinero, la ambición y la terquedad desafortunadamente han sido los que más hojas han gastado.

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